Pero, cierto, así tiene que ser. Nada permanece en esta vida pasajera. Ningún dolor sin final, nada de alegrías eternas, ninguna impresión permanente, ningún entusiasmo duradero, ninguna noble determinación que dure la vida entera. Todo se diluye en la corriente del tiempo. Los minutos, los incontables átomos de pequeñeces en los que culmina cualquier afán son los gusanos que roen y destruyen todo acto de grandeza y de valentía. La bestia terrible de lo cotidiano ejerce su constante presión sobre lo que desea elevarse, hundiéndolo y destruyéndolo.
No hay nada serio en la vida, pues lo que polvo es, carece de valor. ¿Qué son, entonces, esas pasiones eternas ante tanta miseria?