He intentado sin éxito seguir esos pasos que dicen que lo llevan a uno a completar un duelo. Pero simplemente no he podido.
No he logrado ni pasar a la etapa esa en la que uno llora desconsolado pensando en la pérdida.
Me acuerdo de ti, de tu muy particular estilo de maternidad y no me queda más remedio que partirme de risa.
Como cuando llevé un novio por primera vez a la casa.
Lo saludaste muy amablemente aunque con tu tradicional cara de desprecio, si, no te hagas, esa que según tu disimulabas a la perfección pero que era siempre evidente.
En cuanto se fue me regañaste:
-¿Qué es eso de tocar la puerta y como taradito "Ta" Ivette? ¿"Ta" Ivette? ¿Sin buenas tardes señora, primero? ¿Cómo un asno? Imagínate nada mas que grosería tan terrrrriiiibleeeee. ¿Mi hija, mi hija de la mano de un hippie apestoso?, ¿Sin bañar, sin bañaaaaaar? Ay no hijita por favor, fíjate con quien andas.
Mis gustos no mejoraron con los años, tu te acostumbraste a la mugre y hasta te encariñaste de uno que otro hippie.
Así eras. Una mamá involuntariamente graciosa, poco convencional, repetitiva y todos tus regaños venían siempre uno detrás de otro en forma de interrogatorio.
No te extraño, yo te llevo conmigo...