10.09.2017

A:

No puedo engañarme ni engañarte, soy un ente roto, en algún lugar muy en el fondo, vive aun esa niña que llora por dentro sin siquiera notarlo, que arrastra una manta a todas partes sin que nadie entienda lo que encierra el abrazo desesperado a un pedazo de tela.

Que iba jugando sola incluso en medio de un puñado de crías que se juntaban en las tardes, aislada del grupo para enterrar flores y tesoros imaginarios.

Me quemaron las ausencias, la falta de todo, la presencia distante, los adultos ciegos e incompetentes.

Dolor, una línea sin intermitencias de la que casi no me doy cuenta.
Me asusta mi incapacidad de conmoverme, de no percatar la diferencia entre la alegría y la amargura...

Por eso me aferro al instante, soy adicta a los cinco primeros minutos del encuentro, a la novedad,  las emociones extremas, a detonar tormentas, a provocar el caos, a ver el mundo arder,  aprisiono cuanto puedo, igual que la niña de la manta...

Me pongo constantemente a prueba, intentando sentir algo.

Sigo jugando sola incluso en medio del puñado de adultos que se encuentran en las noches, todavía me aislo del grupo y del par para enterrar recuerdos y nombres devastados...

Soy la ausencia que tarde o temprano quema, todo me falta, mi presencia es distante, me he convertido yo misma en un adulto ciego e incompetente.