3.30.2013

Silvia Plath lava una taza, seca una taza, rompe una taza


Qué cabeza la mía,
dejé una frase suelta y una rosa en el horno.
Cotidianos trajines, calores, taquicardia,
y un almohadón de plumas
con un lápiz labial justo en el centro.
Qué cabeza la mía.
Yo buscaba algún parque y encontré en un mal sueño
 una torta partida por un rayo.
La sala está revuelta.
El miedo de un venado no cabe en este horno,
 por eso huele así toda la casa.
Pero a quién se le ocurre
dibujar una piedra y tropezar dos veces,
llenar un cenicero con los puntos y comas
 de alguna carta antigua.
¿Hubo un Adán violento? ¿Hubo un amor-halcón
 "de una vez para siempre"?
Qué cabeza la mía,
guardar los zapatones en un charco
y aceptar ese baile sabiendo que me espera
una puerta cerrada tras la puerta.