2.18.2013

de... El ocaso del Pensamiento

Todo lo que no es olvido, nos desgasta el alma; el remordimiento es el reverso del olvido. Por eso se alza amenazador como un monstruo de tiempos remotos que mata sólo con la mirada o llena los momentos con sensaciones de plomo fundido en la sangre.
El común de las gentes siente remordimientos tras un acto cualquiera; sabe por qué los tiene porque los motivos están ante sus ojos. Sería inútil que les hablara de «accesos», nunca podrían entender la fuerza de un tormento inútil.
El remordimiento metafísico es una turbación sin causa, una inquietud ética en el límite de la vida. No tienes culpa alguna de la que arrepentirte y sin embargo sientes remordimientos. No te acuerdas de nada pero te invade un sentimiento infinitamente doloroso del pasado. No has hecho nada malo, pero te sientes responsable de los males del universo. Sensaciones de Satanás delirante de escrúpulo. El principio del Mal apresado en las redes de los problemas éticos y en el terror inmediato de las soluciones.
Cuanto menos indiferente seas frente al mal, más cerca estarás del remordimiento esencial. Este a veces es difuso y equívoco: entonces cargas con la ausencia del Bien.
El color del remordimiento es el morado. (Lo extraño en él tiene su origen en la lucha entre la frivolidad y la melancolía, donde la última es la que triunfa.)
El remordimiento es la forma ética del pesar. (Los pesares se convierten en problemas, no en tristezas.) Un pesar elevado al rango de sufrimiento.
No resuelve nada, pero lo empieza todo. La moral aparece con el primer temblor de remordimiento.
Un dinamismo doloroso hace de él un desperdicio suntuoso e inútil del alma. Sólo el mar y el humo del tabaco pueden darnos una idea de su imagen.
El pecado es la expresión religiosa del remordimiento, al igual que el pesar es su expresión poética. El primero es un límite superior; el último, inferior.
Te lamentas de que algo ha ocurrido contigo mismo... Eras libre de dar otro rumbo a los acontecimientos, pero la atracción del mal o de la vulgaridad ha vencido a la reflexión ética. La ambigüedad arranca de la mezcla de teología y vulgaridad que hay en cualquier remordimiento.
No hay forma más dolorosa de sentir la irreversibilidad del tiempo que a través del remordimiento. Lo irreparable no es otra cosa que la interpretación moral de esa
irreversibilidad.
El mal nos desvela la sustancia demoníaca del tiempo; el bien, el potencial de eternidad del devenir. El mal es abandono; el bien, un cálculo inspirado. Nadie conoce la diferencia racional existente entre uno y otro. Pero todos sentimos el doloroso calor del mal y la frialdad extática del bien.
Ese dualismo transpone al mundo de los valores otro dualismo más profundo: inocencia y conocimiento.
Lo que diferencia el remordimiento de la desesperación, del odio o del honor es una ternura, un sentido patético de lo incurable.
¡Hay tantos hombres a quienes sólo les separa de la muerte su anhelo por ella! En este anhelo, la muerte convierte la vida en un espejo en el cual poder admirarse. La poesía solamente es el instrumento de un fúnebre narcisismo.